jueves, 11 de diciembre de 2008

Viene Peter Gabriel

Además de la noticia de la visita de Radiohead (y ya no hay bolsillo que aguante porque todo va a suceder para la misma época), se confirmó la visita de uno de los músicos más innovadores que ha dado el rock: Peter Gabriel. Se va a presentar el próximo 20 de marzo en el estadio de Veléz Sarsfield. Imperdible!.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

La movida Scatter

Ya sea surf, rock duro, ska jamaiquino, rockabilly, psicodelia y cualquiera otro estilo de rock clásico revisitado con el foco puesto en la admiración por la estética «vintage», casi todo lo interesante que ha sucedido en la escena underground en el último lustro está vinculado con «Scatter», el sello independiente argentino capaz de lograr alianzas discográficas con firmas colegas brasileñas o inclusive sellos de culto como «Tommy Gun». Lo más importante es la posibilidad de darle un marco profesional al duro trabajo de algunos de los más talentosos rockers criollos que ya hace rato hacen tours internacionales aun sin acceder a los medios masivos en su tierra. En sus propias y pintorescas palabras esto fue explicado desde el comienzo, y a lo largo de una noche memorable, por el maestro de ceremonias del «Scatter Fest», el actor y showman rockabilly Pachi Barreiro, que sintetizó el asunto ante el público, antes de que se cantara el feliz cumpleaños y se arrojaran CDs al aire. Los Broken Toys abrieron el fuego con su particular rockabilly oscuro arreglado con vientos, lo que les da un toque swing apreciado especialmente por sus fans. Los Tandooris hacen rock psicodélico y garage y son uno de los numeros fuertes de la escena underground; sin embargo tocaron un moderado set para darle espacio a las otras bandas de esta maratón, lo que da una idea del ambiente de camaradería reinante, algo atípico en círculos tan veleidosos como el de los astros de rock ascendentes. Justamene, dieron paso a un caso especial: Los Primitivos son una divertida banda rockabilly que viene homenajeando a los jopos y patillas de la decada del '50 desde hace casi 20 años, y sólo ahora grabaron su primer disco con «Scatter». Su show fue uno de los mejor recibidos por la audiencia que llenaba el Bar Niceto, y que incluía todo tipo de fauna dadaslas variedades musicales de las distintias bandas.

El ambiente se puso serio con la llegada del rock fuerte de raíces setentistas de Satan Dealers, tal vez la mejor banda del género que apareció en Buenos Aires este nuevo milenio. Con cierta influencia del Iggy Pop de los Stooges pero con sonidos elemntales y contundentes propios de bandas clásicas como Grand Funk o Credence, que los hacen apropiados para el gran público, cuentan además con una invención propia en letras y manera de encarar el género que les de una creatividad digna de lo mejor del rock nacional a cualquier nivel (algo que su público ya conoce, pero que las radios y medios masivos aún demoran en registrar). Instrumentalmente el mejor momento de la noche vino a continuación con los profesionales del surf, Los Tormentos, famosos por sus atildados uniformes de playeros que contrastan con el aspecto dark del bajista calvo Marcelo Di Paola, alias Nosferatu. Su invención y arreglos dentro del género hizo que un especialista californiano los definiera como «surf serio con la oscuridad y elaboración instrumental de un Piazzolla», cosa que no impidió que hicieran bailar a la gente sin pausa durantetodo su impactante set. El momento culminante fue cuando a este tsunami instrumental se le sumó la voz del cantante de Satan Dealers, Adrian Outeda, para hacer un cover impresionante de « Flowers By The Door». Luego de eso solo quedaba relajarse con los ritmos jamaiquinos de los populares Satelite Kingston, que para rubricar la diversidad y camaradería, terminaron invitando a músicos de las otras bandas para unirse en un increíble homenaje ska dedicado a Charlie Parker. El aniversario de «Scatter» seguira siendo festejado en distintos eventos este fin de año, empezando el próximo sábado con otra tempestuosa aparición de Los Tormentos en el escenario porteño del club Unione e Benevolenza, para un duelo contra los otros rivales del género, The Kahoonas. La historia continuará.(Fuente: Ambito Financiero)

El rock y la vuelta a la democracia

Hoy, 10 de diciembre, se cumplen 25 años del regreso a la democracia. Fecha trascendental en la historia argentina. Eduardo Fabregat escribió una nota en Página/12 sobre cuál fue el papel del rock en la recuperación de este sistema:

El recuerdo del cronista se fija una y otra vez en un momento, un lugar, un clima determinados: es enero de 1984, y en un escenario que mira a las barrancas de Belgrano está Spinetta Jade. Luis Alberto Spinetta canta la flamante “Resumen porteño”, que cuenta que Ricky está listo, listo del bocho, y encima le tocó Marina (937), y dice que, en el río, usualmente solo flotan cuerpos a esta hora. El Flaco canta “Maribel se durmió”, su poema cantado a una desaparecida, y un estremecimiento recorre a la multitud. Una multitud módica para lo que será la convocatoria del rock argentino en los años por venir: una pequeña masa de gente que pestañea extrañada, se reconoce de las citas clandestinas cuando el afuera era la cárcel, jóvenes y veteranos que están entrenando los músculos en un deporte inusual: ganar la calle. El rock argentino jugó un rol central en la recuperación de la vida democrática, y fue su enorme potencia artística lo que le permitió conseguirlo a pesar de sus propias debilidades, sus contradicciones, su forzado aprendizaje. Durante los años de plomo, el rock local tuvo a su favor el hecho de que los milicos nunca lo consideraron un enemigo de peso: lo vigilaron de cerca, sí, y lo presionaron con censuras y obligaron al exilio a más de un creador de su época primigenia. Pero la rama “cultural” de la cría de asesinos fue mucho más efectiva alimentando músicas idiotas, taponando con ellas el acceso a la difusión de una legión de creadores que debió conformarse con la maceración artesanal de un fermento diferente. Los cerebros de bota no supieron leer que las 60 mil personas que se materializaron en la Rural para ver a Seru Giran le estaban cantando “Alicia en el país” justamente a ellos, cobardes reinas de corazones aplastando un río de cabezas. El río no se detenía: ninguna bala parará este tren, sacaba pecho un pequeño gigante con apellido de anciano y espíritu eternamente joven. Para cuando volvió a ganar la calle, el rock ya cargaba con los efectos de su primer gran conflicto ideológico: el malhadado Festival de la Solidaridad Latinoamericana dividió las aguas entre quienes confiaron en estar tendiendo una mano a los soldaditos mandados al muere por un borracho, y quienes interpretaron el gesto como un acto de colaboracionismo inútil. La prohibición del Comfer de emitir “cantables en inglés” por radio fue un espaldarazo que nadie quiso vivir con culpa: era hora que los canales se abrieran para un movimiento artístico que los merecía largamente. Pero aquel debate, que resurgiría esporádicamente con el correr de los años, fue reemplazado por otro de corte estético. Los dos primeros años de Alfonsín, la primavera democrática, fueron la explosión de otra forma de abordar el rock y otro mensaje, que volvió a establecer diferencias tajantes entre quienes se permitían un brote hedonista, de liberación, de festejo de la recuperación de los sentidos, y quienes no podían separar al género de una necesaria carga de mensaje ideológico, hasta político.Argentina, país ciclotímico como pocos, hizo que en solo dos años, cuando se comprobó que no era tan fácil comer, curar y educar, que no era tan fácil limpiar tanta mugre subterránea, que habría que recorrer un largo camino hasta castigar tanto crimen, la negritud y el pesimismo ganaran el horizonte: el rock de 1986 estaba a años luz de la alegría imperante en aquella primavera. Para entonces, la diversificación estilística del rock argentino (y hablar de rock argentino es necesario: lo de rock nacional apesta a etiqueta milica, a nazional, a patrioterismo) era una certificación más de la exactitud de aquella frase del Abuelo. El rock ya no era un ghetto, era más que nunca la voz de un par de generaciones. Si los militares lo consideraron un enemigo de poca monta, para la clase política de la flamante democracia el rock tuvo el efecto opuesto: todos lo querían de aliado, todos quisieron que llevara agua a su molino. Es por eso que en todos estos años hubo acercamientos y rechazos, utilizaciones con permiso (como en tantos eventos y campañas en los que los músicos vieron, antes que una adhesión real, otra forma de mostrarse ante el público) e intentos de apropiación. Con el correr del tiempo, el único movimiento al que la gente de la guitarra eléctrica quiso sumarse sin reservas fue el de los derechos humanos, una forma distinta de hacer política y fortalecer una democracia que hoy, aun con todas sus imperfecciones, se da por sentada. Por lo demás, la diferencia entre aquellas cálidas noches de Barrancas de Belgrano y la actualidad suma varios abismos, en todos los órdenes. El rock argentino se profesionalizó a un nivel entonces impensado, conquistó Latinoamérica, multiplicó su fuerza interna, sedujo a los sellos discográficos y, cuando éstos demostraron que no estaban dispuestos a ceder más que una pequeña parte de la torta, motivó el desarrollo de una escena independiente que trató de hacer uso de sus propias herramientas; a menudo el debate estilístico mutó en bandería cuasi futbolística (el folklórico Almendra vs. Manal, o plásticos vs. comprometidos, llegó a niveles irracionales con la oposición Soda-Redondos), mientras los medios convertían al género en moneda corriente. Una y otra vez chocó con sus propias torpezas, y el ejemplo más funesto tuvo lugar en República Cromañón. Pero aquella potencia creativa siguió siendo su motor, que a veces reguló mal, a veces pareció detenido y otras pasado de revoluciones. Y sin embargo, en épocas oscuras y optimistas, rodeado de gente con buenas intenciones, chupasangres u oportunistas, siguió –sigue– dando pruebas de aquello que fue himno: No se desesperen, locos. Ninguna bala parará este tren. (Fuente: Página/12)



martes, 2 de diciembre de 2008

Alejandro del Prado: nuevo disco

Escuchando Yo vengo de otro siglo se comprende dónde quedó aquello que Alejandro del Prado decidió guardar durante más de veinte años. Esa mezcla de tango, balada, murga y rock, condimentada con la mejor poesía urbana (ya fuera en las letras de Jorge Boccanera, autor de los textos de su disco Dejo constancia, o desde su propia pluma), fue, y afortunadamente es, única. Estaba allí, con él, guardada, esperando dos décadas para salir de nuevo a sorprender, a tomarle el pulso a tanto roquero que cree haber inventado la pólvora cuando eso, a él, se le había ocurrido hace un rato largo. Por aquellos tiempos, tanto Dejo constancia (1982) como Los locos de Buenos Aires (1984) –dos discos que después vieron entrelazados algunos de sus temas en un compilado y dejaron su estela en una mítica grabación realizada en Santa Fe en 1985– eran la contraseña de quienes no querían renunciar a los sonidos nuevos pero se sentían identificados con una porteñidad sin culpas ni lamentos que al tango tradicional le faltaba. Canciones como “Carta”, “Si te contara”, “Aquella murguita de Villa Real” o “La Marcha de la Pelota” sonaban irremediablemente a Buenos Aires, transpiraban infancia, corrían a la par de los recuerdos de tantos. La aparición de este nuevo disco, que recoge composiciones que Del Prado fue acumulando a lo largo de más de dos décadas, es recuperar a un artista. (Fuente: Crítica)

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